SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


abril de 2009

número 2
ISSN: 1988-9607
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LA BELLA DURMIENTE

Irene Sánchez Ceballos
Alumna de 1º de bachillerato C



Este cuento es la verdadera versión de La Bella Durmiente. Seguro que de pequeños nadie os la contó, pero lo que aquí se narra constituye la respuesta a muchas dudas.

Érase una vez una princesa azul con un vestido azul y un lazo azul en la cabeza (bueno, los zapatos eran blancos). No era la típica princesita rubia, blanquita, de esas que parece que se han mareado; era morena, de piel bronceada e hidratada. No la toméis por una muchachita dócil y obediente como princesa que es: es una rebelde que nunca hace caso a los reyes. Pues bien, ya conocéis a Mari Cruz.

Ella tenía una hermanita llamada Dorotea. Era una chiquilla honrada, dispuesta a darlo todo, siempre y cuando no fuera comida. Se parecía físicamente a Mari Cruz, pero con el pelo más largo y los labios menos esplendorosos. La pobre Dorotea no se sabía cómo se las apañaba, pero siempre que se conjuraba un maleficio, estaba en medio y se lo llevaba ella.

Estas hermanas siempre se estaban divirtiendo. No solían ir a bailes de la realeza, sino que iban al bosque, el único lugar en el que, por más frutos que cogieran, nunca se acabaría la comida.

Un día, Dorotea cogió su bolso que tenía que ser mágico, ya que no había forma humana de meter todas las pertenencias de Dorotea, todas las pertenencias de Mari Cruz y las de toda la realeza -si hiciera falta-, en un bolso tan pequeño. Se echaban en la cara todas las pócimas que les regaló el hada madrina y eligieron sus vestidos para lucir encantadoras. Ese día, Mari Cruz se puso su vestido azul, porque era el único que pegaba con su lazo azul y Dorotea se iba a poner su vestido verde, pero al final eligió uno negro, plateado y blanco porque estaba harta de que la confundieran con la vegetación cuando iba de verde. Se pusieron los tacones y listas. Al salir del castillo, subieron a la carroza (nunca estaban dispuestas a andar) y por fin llegaron al campo.

La jornada transcurría normal: Mari Cruz insistió en dormir sobre el césped, Dorotea cogía todos los frutos que hallaba, Mari Cruz le quitaba el último bocado… todo como siempre, hasta que Mari Cruz visualizó una torre.

_Dentro de una hora acudes a esa torre. Si antes te sucede algo, ya sabes que tienes que gritar: “¡Socorro! ¡Dejadme!” y yo acudiré -dijo Mari Cruz.

_Lo que su alteza ordene, como siempre.

Tras una hora comiendo, Dorotea subió a lo más alto de la torre y se encontró a su hermana Mari Cruz durmiendo al lado de una rueca. Por lo menos le dio tiempo a colocarse de una forma elegante. Dorotea bajó las escaleras y dijo:

—Juro que hallaré la forma de despertar a mi hermana y me vengaré de la bruja que haya osado hechizarla.

Y echó a correr, y a correr, y a correr… hasta que se encontró bajo el agua, porque la pobre no vio el río a tiempo.

Llegó a la conclusión de que lo único capaz de romper el maleficio era el beso de amor de un apuesto príncipe, por lo que siguió otra ruta para buscarlo hasta que, repentinamente, apareció el hada madrina:

—Para, Dorotea, que traigo un mensaje de su alteza Mari Cruz.

—Estoy buscando a un príncipe que la despierte con un besito -contestó Dorotea.

—Dice que lo busques dentro de unos cien años, que quiere dormir tranquila y que se ha pinchado con el huso de la rueca a posta porque nunca la dejáis dormir. Por cierto, ¿no habías pensado en despertarla tirando un cubo de agua? -sugirió el hada madrina.

— ¡Y esta hermana siempre asustándome! -se quejó Dorotea-. Por cierto, dentro de un siglo a lo mejor ni vivo.

El hada le dio unos cuantos frascos:

—Los frascos rosas para no envejecer y los otros para no morirte. Ya te diré cómo te tienes que echar las pociones.

— ¿Y de dónde sacas tanto frasco?

—Los rosas, de la sección de cosméticos del Corte Inglés, y los otros, de las farmacias.

—Entonces… ¿Lo de la magia es mentira?

— ¡Ssss! No se lo digas a nadie -recomendó vivamente el hada.

Al llegar a su casa, examinó todas sus pócimas. Había una en la que ponía “Base de maquillaje para piel bronceada”, otra en la que ponía “Ampolla flash”, “máscara de pestañas”… y vio que sus polvos mágicos no eran mágicos, sino que tenían color y, al estar encima de las imperfecciones, obviamente las tapaba. Lo que sí tenía que ser verdad era lo de los maleficios, porque lo de la mala suerte siempre se le cumplió y a lo largo de su vida, le habían salido cosas en la cara, había palidecido, se había lesionado repentinamente… y todo por palabras que siempre le afectaron a ella. Algunas veces, esas frases eran en latín.

Y he aquí la explicación de que la Bella Durmiente se pinchase con una rueca y se quedase dormida durante cien años sin envejecer y sin que ni su hermana ni su príncipe envejecieran.

Y vivieron felices y durmieron aún más felices.


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