SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


abril de 2009

número 2
ISSN: 1988-9607
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ILIA

Os presentamos algunos textos narrativos que los alumnos de 1º de ESO han escrito en el Taller de Lectura: son voces frescas que, con una imaginación rica y sorprendente, nos conducen a mundos nuevos, inexistentes hasta que han sido creados.

María Barral Gil
Alumna de 1º ESO A

[*CAPÍTULO I. KIARA*]





Sí, se había quedado dormida como un lirón. ¿Era posible que todos se hubieran ido y ella se hubiera quedado sola en aquella butaca abandonada? Nadie, no había nadie. Ni luz eléctrica, si no era la tenue luz de emergencia que alumbraba los pasillos.

— "Al fin y al cabo -pensó para sí misma- debería habérmelo imaginado".

Llevaban años cuchicheando y riéndose a sus espaldas. Debería haberse imaginado que si ese grupo de chicas la había invitado a la biblioteca para estudiar, tan solo era hara hacerla quedar en ridículo.

Mientras recogía sus cosas pensó en la apetitosa cena que le habría preparado tía Pinky. Esta mujer era una persona a la que los padres de Kiara (así se llama la protagonista) habían contratado para que se ocupara de la casa en su ausencia, a causa de un viaje de negocios. Pinky en realidad no era su tía, pero le gustaba que Kiara la llamara así. Era una de las pocas personas a las que Kiara apreciaba, pues la entendía como si fuera su propia madre, con la diferncia de que solo teía 25 años, y una larga melena castaño claro le caía por la espalda. Sus ojos eran igual que la miel algunos días, y otros, como el reflejo de un verde mar.

A Kiara le gustaba decirle que eran igual que un océano, y que cambiaban de color según hubiera tempestad o luciera el sol. Pinky siempre le sonreía y le decía que ella, Kiara, no tenía nada que envidiarle, pues poseía unos ojos tan oscuros como hermosos. Así, sumida en sus pensamientos, y con el pelo negro ondeándole al viento, llegó a la puerta de su casa como una chica de once años normal y corriente.

Habitualmente llamaba a la puerta, pero decidió abrir con llave, porque a veces Pinky se ponía música y no escuchaba el timbre. Cuando estaba abriendo se percató de que la luz de su cuarto estaba encendida.

— "Seguramente habrá sido Pinky"—se dijo—.

Cuando abrió, fue directamente a la cocina, se sentía hambrienta. Pero allí no estaba Pinky. Decidió subir a su cuarto, situado en la buhardilla y su lugar favorito desde que se mudó allí con tres años. Al pasar junto al salón, se dio cuenta de algo de lo que antes no se había percatado: todo estaba desordenado, como si alguien hubiese estado buscando algo en cada rincón. Subió a su cuarto, con el corazón a mil por hora,y, entonces, la luz se fue, pero curiosamente debajo de su puerta seguía saliendo luz. El miedo cayó sobre ella como una losa, y, por un momento, quedó paralizada.

Al fin consiguió moverse, aún con el miedo en los huesos y músculos, de forma que cada vez que los movía, era como si miles de agujas se le clavaran en su propio cerebro. Lenta, silenciosa y prudentemente fue abriendo la puerta, hasta que le pareció ver la fuente de la luz. Allí, en su escritorio, acababa de despertarse, y, con unos ojos negros, negros, negros, se la quedó mirando fijamente un hada (o, al menos, eso pensó que era) del tamaño de su dedo meñique.


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