SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2007

número 0
ISSN: 1988-9607
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Cuando me encuentre cara a cara con Dios... ¡Me va a oír!

JOSÉ LUIS COLL, HUMORISTA (1931-2007).

El humorista José Luis Coll ha fallecido en Madrid a los 75 años. Natural de Cuenca, Coll formó durante 30 años junto con Luis Sánchez Polack, Tip, que murió en 1999, el dúo de cómicos más inteligente, estrafalario y delirante de este país.

Eugenio Alemany
Profesor de Lengua y Literatura

OTRA CLASE DE HUMOR

J. Luis Coll, que era huérfano de padre desde su primer año de vida e hijo de una intelectual republicana que se exilió a Argentina y a la que no volvió a ver hasta 1977, había nacido el 23 de mayo de 1931 en Cuenca donde, criado por abuelos y tíos, estudió Bachillerato y piano, su vocación frustrada. Más adelante alternó trabajo y estudios de Derecho que nunca terminó. Lector infatigable y gran aficionado al teatro, con dieciocho años empezó a trabajar en un diario conquense y, poco después, en Radio Nacional de España (RNE).

A la capital
Coll llegó a Madrid en 1955 gracias a su amistad con el periodista César González Ruano —quien le presentó a los humoristas Antonio Mingote y Álvaro de la Iglesia. Desde el primer momento encauzó su vocación artística hacia el teatro (adaptador, actor, autor, etc) y hacia la literatura satírica y humorística volcada en revistas y en radio. Durante la temporada 1955-56 hizo una gira con la obra de Miguel Mihura Ninette y un señor de Murcia. Con la compañía oficial del Teatro Español intervino en el reparto de Las mujeres sabias, de Molière; y llegó a primer actor de la compañía de comedias musicales de Celia Gámez.

Tip y Coll
En 1959, cuando colaboraba en la revista ’La Codorniz’ y en Radio Madrid como actor y guionista, conoció al que sería uno de sus mejores amigos, Luis Sánchez Polack , el célebre Tip (entonces integrante del dúo cómico ’Tip y Top’ junto a Joaquín Portillo). Luis Sánchez Polack y Jose Luis Coll formaron pareja artística estable en 1967 (Tip y Coll), y trabajaron juntos durante 30 años.

Sus sketchs partían de una situación cotidiana pero absurda, inverosímil, distorsionada, dentro de la que desplegaban un diálogo completamente delirante. La puesta en escena era la mar de sencilla y eficaz: Tip era altísimo y Coll, bajito. Ambos vestían chaqué a la antigua, pero mientras Tip lucía bigote y chistera, Coll llevaba bombín. Era todo un subrayado caricaturesco (una caracterización al estilo de los Charlot, el Gordo y el Flaco, los Hnos. Marx) al servicio del argumento. Tip hacía la vis cómica del tipo excesivo, de caótica verborrea y aspavientos teatrales; y Coll era el contrapunto, cicunspecto, rigurosamente serio, sobrio, aparentemente juicioso, imperturbable en el mirar y decir.

El meollo de cada actuación residía en el diálogo estrafalario que entablaban ambos personajes. Nunca recurrían al chiste fosilizado. Era lo absurdo de la situación comunicativa y la palabra ágil e ingeniosa, lo que provocaba la hilaridad del espectador. Hablaban de cosas vanales como si fueran trascendentales o al revés; hacían abundantes juegos de palabras; manejaban unregistro lingüístico siempre elevado, sin la menor concesión a lo zafio ni lo mostrenco; solían emplear guiños culturales, también desrealizados; y apelaban a la inteligencia y la agudeza del espectador, jamás a lo visceral ni a la idiocia analfabeta. Los diálogos de Tip y Coll evocaban el teatro de autores como Miguel Mihura, Tono o Jardiel Poncela, a quienes conocieron, admiraron y de quienes aprendieron muchísimo. Muchos de sus números entroncan con el irracionalismo surreal, el chispazo verbal que nos asoma a algo tan absurdo como inesperado, una variante de greguería ramoniana, solo que ampliada, convertida en historieta breve y leve.

El dúo fue conocido por el gran público a través de TVE, a partir 1969, y alcanzó la popularidad en los años de la Transición política (del Franquismo a la Democracia) entre 1974 y 1979. El éxito de la pareja y la relación personal que los unía solo se rompió con la muerte de Tip en 1999.

La otra carrera artística de Coll

Pero el dúo no fue la única ocupación de J. L. Coll. En los sesenta trabajó de guionista para Televisión Española; en 1962 estrenó El sueño de unos locos de verano, obra de la que es autor junto con Manuel Ruiz Castillo. Entre sus incursiones en el cine, cabe recordar que actuó en El Verdugo, de Luis García Berlanga; Amor a la española de Fernando Merino e Historia de la frivolidad, de Chicho Ibáñez-Serrador, y que fue guionista de varias películas. Y en los noventa se hizo habitual de la radio. En mayo de 2006 celebró sus 75 años subido a un escenario representando Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura.

Coll, quien siempre afirmó sentirse escritor antes que actor o humorista, ha dejado colaboraciones en la revista ’Opinión’ y en ’Diario 16’; así como varios libros, entre los que destacan: Algo para leer (1987), La cadena (1996), Debajo de mi sombrero (1985), El diccionario de Coll (1976), Epitafios (1982), El hermano bastardo de Dios (1985), Lo mejor y lo peor de José Luis Coll (1999), Diccionario Coll del siglo XXI (2001) y Pensaciones (2001).

Otra clase de humor
Con su desaparición (sumada a la de su amigo Tip, a la de Miguel Gila y Chumi Chúmez) se cierra un ciclo quizá irrepetible en el humor español, pues se desvanece la ironía refinada y lo talentoso. Un estilo que poco tiene que ver con las astracanadas que –salvando honrosas excepciones– menudean por la televisión nacional, es decir, una ensalada de burda ordinariez, falsillas interpretativas, anemia intelectual y recurrencia escatológica, adobadas de monólogos caquécticos e imitaciones de los consabidos estereotipos regionales, sexuales o clasistas. Con firme y rara convicción de intelectual ilustrado, no dejó Coll de denunciar esta decadencia del género al señalar que abundaba en él "lo obsceno y lo irreverente”, por lo que “demasiado a menudo se cae en lo ruin y lo chabacano”; y frente al que siempre defendió una risa provocada por “la inteligencia, la cultura, el buen gusto y la elegancia”, ya que, de otro modo, los humoristas, “auténticos historiadores de su tiempo”, estarían contribuyendo “a educar mal a su público”.

J.L. Coll era del Real Madrid y muy aficionado al billar.


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