SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2010

número 3
ISSN: 1988-9607
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RELATO

PEQUEÑOS DETALLES EN UN GRAN MUNDO

María Barral
Alumna de 2º ESO D

Solidaridad. La mayoría de las personas, al escuchar esta palabra, la asocia con personas como misioneros, médicos que van a cuidar enfermos a la guerra o países subdesarrollados, etcétera. Es cierto (y no quiero quitarle importancia a estos individuos) que muchos realizan actos intrépidos, llenos de valor y a los que millones de ignorantes no prestan atención. Pero también hay pequeños detalles aparentemente insignificantes, pero que tienen un gran valor. Un comentario, una sonrisa, una palabra... Gestos que hacen que, sin darnos cuenta, crezcamos como personas a la vez que ayudamos a otras. Puede que mucha gente no se lo crea; pero yo doy fe de que cada día hay una infinidad de estos pequeños actos. Porque yo sí lo creo, y he vivido uno de ellos.

Todo comenzó un sábado. Recuerdo que era fiesta, y por eso habíamos decidido ir a Portugal. Aquella tarde fuimos a dar un paseo por la playa. Era otoño y hacía frío, por lo que solo había un señor que aparentaba unos cincuenta años. El hombre acababa de salir del mar, y a su alrededor daba vueltas un simpático perro.

Enseguida nos acercamos a acariciarlo y, como es lógico, el dueño se dirigió hacia nosotros. No recuerdo bien las primeras palabras que se enhebraron en la aguja de la conversación ni por qué acabamos hablando de aquel tema: su vida. De lo que sí me acuerdo claramente es de la razón por la que se encontraba allí. Nos contó que viajaba en caravana, que era alemán y que le había ocurrido una de las peores cosas que pueden pasarle a una persona: había perdido a su esposa y a su hija. Ambas volvían de la escuela de la pequeña cuando tuvieron un accidente de coche, que acabó con su vidas.

¿Y qué hacía él en aquel país? Escapar de la Navidad, de su pasado, de su pesadilla. Y le comprendí, porque ¿cómo podría haber haber sido capaz aquel desdichado de quedarse en su país y ver las calles repletas de luces y los niños felices, con miles de regalos? Pero el infeliz no se derrumbó en ningún momento, y sin embargo hizo lo más bonito que podría haber hecho.

Nos dijo que esperásemos unos minutos, fue a su caravana e inmediatamente volvió con unos dulces navideños de Alemania que insistió en que nos quedáramos, y a continuación nos otorgó el consejo más sabio del mundo: disfrutar de la vida.

Aquel hombre había sido generoso. Y no lo digo por el presente que nos regaló, no. Lo digo porque nos ofreció lo más valioso que tenía. Todo lo que poseía: sus experiencias. No había sido egoísta ni rencoroso porque tuviésemos una vida feliz. Al contrario, nos había aconsejado y suplicado, en cierto modo, que viviésemos la vida que él no pudo tener.

Tengo que añadir que, tras una hora más (en la que mis padres siguieron hablando y nosotros jugando), el alemán se despidió de nosotros, no sin antes pedirnos que, por favor, tuviésemos cuidado en el camino de regreso.


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