SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2010

número 3
ISSN: 1988-9607
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Artículo de opinión

VIOLENCIA DE GÉNERO

Nieves Marín Cobos
Alumna de 2º Bachillerato

La violencia doméstica es posiblemente la mayor lacra social de nuestro país. Aunque es cierto que, desafortunadamente, la violencia está presente en otros muchos ámbitos y requiere igual solución, la violencia dirigida contra las mujeres ha atraído casi toda la atención de la opinión pública.

Numerosos expertos se han afanado en determinar las causas y las fases del fenómeno, sobre todo, encaminados a la concienciación y a lograr que las víctimas o sus allegados puedan detectar los casos antes de que sea demasiado tarde.

La violencia de género no sólo se trata de la evidente agresión física y con la que comúnmente solemos identificarla, sino que esta se incluye dentro de la agresión psicológica, que, además, constituye el origen. A través de insultos y otras fórmulas vejatorias, los agresores tratan de hacer patente su posición dominante. Así, por ejemplo, les indican cómo han de vestirse o les dejan clara su inutilidad fuera de las labores del hogar, así como su inferioridad intelectual. Poco a poco, el sujeto consigue alejar a su víctima de su entorno, tanto familia como amigos, para recluirla en casa, impidiéndole en la mayoría de los casos trabajar fuera de ella. Consigue que pierda todo contacto con una realidad objetiva y convierte el hogar en su único mundo, fuera del cual llega a sentirse desprotegida.

Después del maltrato psicológico, viene el físico, que empiezan desde leves bofetadas a palizas continuas a raíz de los más nimios detalles. Se escudan a menudo en un estado de embriaguez, tras el cual se disculpan y arrepienten visiblemente. En casos extremos y, por desgracia, demasiado frecuentes, esta oleada de violencia desemboca en el asesinato, especialmente si la víctima ha intentado, ya sea mediante la denuncia judicial o contándolo a alguien, escapar del infierno a que se ve sometida.

Las causas de que no se llegue a denunciar o de que se haga demasiado tarde radican generalmente en el aislamiento que sufre la víctima. Como se ha dicho antes, este aislamiento provoca, por un lado, que la víctima se sienta insegura fuera de casa y se crea incapaz de vivir independientemente del hombre; y, por otro, que esa realidad sea la única y que la considere lo correcto, lo que le corresponde.

Por su parte, las motivaciones que mueven al maltratador pueden ser muy diversas. Suele tratarse de individuos que han vivido la violencia de alguna manera durante su infancia, la etapa más determinante en la formación de la personalidad. Bien han sido víctimas directas, o bien han presenciado cómo su padre maltrataba a su madre.

Gracias a estas investigaciones y descubrimientos sobre el comportamiento de los maltratadores, así como a la atención prestada por los medios, se ha logrado una fuerte concienciación social, ayudando a que el número de denuncias crezca cada año. De hecho, las elevadas cifras, más que preocupantes, son, en cierta medida, esperanzadoras, pues demuestran que las víctimas se están atreviendo a denunciar, algo que no ocurre en otros países donde si las cifras son menores es por la falta de denuncias.

Además, las leyes promulgadas en los últimos años, aunque todavía son insuficientes, constituyen un primer paso a valorar. Los juzgados exclusivamente dedicados a estos casos, las líneas de denuncia que son publicitadas hasta en los informativos o las medidas se alejamiento y protección de la víctima, aunque mejorables en su eficacia y diligencia, han de ser tenidas en cuenta, pues hace unos pocos años ni siquiera existían. De hecho, creo que no se ha de culpar a la administración de manera exclusiva, pues la raíz del problema es más bien de índole social. Se trata, bajo mi punto de vista, del machismo que está tan arraigado que, aun a pesar de los avances conseguidos en lo relativo a la consecución de los derechos de la mujer, se mantiene tangiblemente. Por ejemplo, aunque la mujer haya accedido al mundo laboral sigue cobrando menos aunque ejerza puestos de igual responsabilidad.

La herencia de esta sociedad que tradicionalmente ha girado en torno a lo masculino persiste de tal manera que, a veces, se llega a calificar, despectivamente además, de feminismo exacerbado lo que no es más un intento de ayudar a estas mujeres en situaciones de violencia. Centrarse en la violencia sobre las mujeres en detrimento de la que se ejerce sobre los hombres no es por desprecio a estos, sino porque los casos son mínimos y porque los malos tratos sobre mujeres han adquirido un cariz tan preocupante que justifica medidas como la discriminación positiva en el trabajo.

Las soluciones pasan así por la educación y la concienciación, que ha de acentuarse. No sólo hay que hacer comprender a las víctimas lo insostenible de su situación y la necesidad de denuncia, más bien, la posibilidad de denuncia, sino también conseguir que el resto de la población reconozcamos los casos que se den a nuestro alrededor y sepamos cómo actuar correctamente sin desembocaar en situaciones aún más complicadas o nefastas.


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