SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2010

número 3
ISSN: 1988-9607
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CUANDO TU PROPIO ENEMIGO ERES TÚ

María Barral Gil]]
Alumna de 2º de ESO

Un escalofrío me recorrió la espalda. Ese fue el estimulo que me llevó a producir una respuesta: volverme. Enseguida noté una mirada llena de sabiduría. Jamás sabré explicar correctamente cómo era, y con razón. Porque transmitía la inteligencia y el mayor saber que nunca había podido notar, pero no era simplemente eso. Tras aquella mirada había mucho más: una frialdad, una madurez y una dureza indescriptibles.

Aquello fue lo único que pude ver. Y entonces... frío. Mucho frío. Fue como si mis pensamientos estuvieran envueltos en una ventisca. De pronto todo se volvió negro. Y luego... nada.

***

En la ciudad había un continuo ir y venir de tenderos, médicos, policías, y de más personas que iniciaban su jornada de trabajo. Y era normal porque, un lunes a las siete y media de la mañana no tenía (supuestamente) mucho más que mostrar. Solo ese jaleo de personas que andaban con la cabeza gacha pensando en sus problemas, esas dependientas de tiendas de marca repintadas y con todo el pelo lleno de gomina, esos señores con maletines llenos de papeles bajo el brazo, y también se empezaban a ver algunos estudiantes que ya cogían el autobús para dirigirse a sus respectivos institutos.

Laura podía comprobar este movimiento a diario, ya que vivía en el centro de la ciudad, donde se concentraba el mayor barullo. Era una adolescente despreocupada que odiaba los lunes y amaba los viernes. Un flequillo rubio no muy claro le solía tapar uno de sus ojos, por mucho que se lo intentase apartar. Por eso normalmente solo se le veía uno de sus ojos color miel, sobre los que se alojaba una numerosa familia de pestañas bien erguidas.

Ella ya había abierto los ojos porque el insistente despertador siempre sonaba con una odiosa puntualidad a las siete y media. El desagradable sonido no paraba de molestarla, pero Laura seguía tirada en la cama, con los ojos llenos de legañas. Enseguida el reiterado "piiii-piiii" de su "querido" compañero arruina-sueños hizo que saliera de la cama para darle el cotidiano tortazo no totalmente necesario que según Laura era a causa de que "el botón no funcionaba bien".

Respiró hondo varias veces sentada en la cama, y volvió la cabeza de forma que quedó mirando al armario. A los pocos segundos decidió que debía levantarse y vestirse, así que lo abrió y cogió sus eternos vaqueros, sin ni siquiera dudarlo. Se mordió el labio inferior, un gesto muy suyo cuando dudaba, y enseguida cogió de un cajón un chaleco y una bufanda. A continuación comenzó a buscar algo como loca por toda la habitación, pero al parecer no encontraba lo que buscaba: su reloj de pulsera. Así pasaron dos minutos hasta que se percató de que misteriosamente su reloj digital lucía en su mano izquierda. Lo miró como si le reprochase y se percató de que si no se daba prisa llegaría tarde, así que hizo la cama. Bueno, más bien echó el edredón por encima de la sábana mal puesta para después salir en estampida hacia la cocina. Allí engulló dos tostadas que deberían de tener mantequilla, pero como iba tan rápido se tomó una con ambas caras huntadas y la otra sin nada, aunque apenas se dio cuenta. Cogió un zumo, se lo tomó en un tiempo récord y corrió hasta su cuarto. Rescató a su mochila del desorden de su dormitorio y, colgándosela en un hombro, salió corriendo a la calle.

Bajó las escaleras de dos en dos, y corrió como nunca lo había hecho hasta la parada de autobús, pero no sirvió de nada. Cuando llegó se encontró con que ese autobús que siempre llegaba con retraso precisamente ese día había salido ya.

Soltó un improperio, pero enseguida decidió que debía ponerse en marcha, o no le dejarían entrar a la clase.

Proyectó un plano de la zona en su cabeza, para ver qué ruta elegir. Normalmente habría seguido un camino que pasaba por una calle con muchos comercios, pero se percató de que no llegaría a tiempo, era un rodeo demasiado grande. Solo le quedaba una opción: cruzar la gran avenida en la que vivía y pasar por ese parque que los fines de semana se llenaba de niños y adultos que daban paseos entre los árboles. Es lógico pensar que si era el trayecto más corto, debería de haberlo pensado desde el principio. El problema era que entre semana, aquel parque siempre estaba solo, y su madre no le dejaba ir por allí. Pero un día era un día.

Así que dejó de pensar y, cartera al hombro, emprendió su camino lo más rápido posible.

***

El paisaje era desolador. Para cualquiera que hubiera pasado por allí habría imposible decir que aquella escena se estaba dando en una ciudad muy poblada.

No quiero decir que aquellas hojas que había por todo el suelo no fuesen normal de un mes como octubre. Lo que sí era extraño era aquel cuerpo aparentemente inerte que yacía en el suelo, como una hoja más que se hubiese caído de su árbol.

Nadie pasaba por allí. Ni una solo persona.

El tiempo transcurría y mientras , sin que se notara, parte de lo sucedido se borraba de la mente de aquella chica que permanecía inmóvil. Y todo sin dejar ni una pista. Ni un mínimo indicio del que alguien se pudiera percatar. La persona o cosa que hubiese hecho aquello se había ido sin dejar rastro. Algo que, a primera vista no importaba, porque quedaba eclipsado por la dureza de aquel extraño suceso. Algo a lo que en principio nadie prestaría importancia. Algo que, tarde o temprano, se pagaría caro.

***

Laura notaba su respiración enloquecida y su corazón alterado. Corría todo lo que sus piernas le permitían. Estaba sumida en sus pensamientos, convencida de que llegaría a tiempo. Pero, de repente y sin ningún aviso, se paró en seco, casi derrapando. Por un momento su corazón dejó de latir, para después comenzar de nuevo su estrepitoso golpeteo. Pensó que se le saldría del pecho. Creyó que el aire le faltaba. No sabía si quedarse quieta o moverse, aunque estaba segura de que su cuerpo no le habría respondido. Las piernas se le doblaban, y en su cabeza no había ningún pensamiento coherente. Y es que, cuando el miedo te atrapa, no te deja reflexionar. No deja que determines tu próximo movimiento. Por eso es mejor no desafiarlo. Por eso es mejor no pensar y salir corriendo. Por eso Laura no debería haberse quedado mirando con sus ojos abiertos de par en par, dejando que su enemigo le inmovilizara alimentándose de su inseguridad. Por eso más tarde se arrepentiría de no haberse ido.

[(Continuará...)]


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