SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2010

número 3
ISSN: 1988-9607
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EL MISTERIO DEL REFLEJO

María Barral Gil
Alumna de 2º ESO D

Las nueve de la mañana, martes. La ciudad de Madrid rebosaba de gente y sobre todo empleados que llenaban las calles con su continuo ir y venir. Por todos lados dependientas con el pelo engominado y serios hombres vestidos de chaqueta que llevaban carteras bajo el hombro, seguramente llenos de infinidad de problemas.

Por la Gran Vía andaba un muchacho de unos 21 años, envuelto en una bufanda y con una boina encasquetada en su cabeza que no lucía apenas pelo a pesar de su corta edad; aquello le venía de familia. Sus ojos marrones miraban hacia delante, sin apenas ser consciente de por donde andaba. Pero eso no tenía importancia porque el camino a la redacción donde trabajaba lo había recorrido tantas veces que no le hacía falta prestar atención a sus movimientos.

Acababa de salir de su casa, situada en el centro. Un gran privilegio que había adquirido al morir un tío que le apreciaba mucho, y se lo había dejado por herencia. La casa era pequeña, pero suficiente para él: una pequeña cocina, una salita con una televisión un tanto pasada, el cuarto de baño y dos habitaciones. La que más apreciaba era la que tenía el ordenador, donde siempre había escrito, y que estaba atiborrada de libros por todos lados. La habitación estaba “ordenada de forma desordenada” pues él sabía perfectamente dónde se situaba cada cosa en de aquel caos particular. Le tenía mucho cariño porque allí era donde él guardaba esos momentos que eran suyos, y solo suyos; cuando se olvidaba de la realidad y se sumergía en su pequeño mundo de fantasías.

En aquellos momentos estaba llegando a la redacción del periódico en el que todos los días escribía en una pequeña sección de narración un corto relato.

No había llegado serio porque estuviese cansado. No se había sentado sin saludar porque estuviera enfadado. No, estaba pensando en el artículo que iba a presentar para el día siguiente. Aparentemente era una historia más, pero había una cosa que lo diferenciaba del resto. El artículo era parecido al contenido a esta historia, aunque con algunas partes añadidas y otras quitadas:

``Como siempre pulsé el botón del ascensor, y como respuesta oí el reproche del ascensor acercándose poco a poco, como si se hubiera enfadado porque le estaba haciendo trabajar.

A los segundos llegó y me subí, todavía pensando en lo que había hecho aquel día y en los problemas que debería haber dejado en la puerta de la calle. Casi sin mirar pulsé el dos, pero lo que ocurrió no fue esta vez lo cotidiano. Observé más atentamente lo que me parecía una broma de mal gusto, pero me encontré con que era real: no había botones. Intenté salir, y no pude.

"Imposible", pensé. Pero era así. Una sensación de agobio me recorrió el estómago, y me apoyé contra la puerta porque creía que me desvanecería.

"Respira, respira. Tranquilo, no pasa nada, mantén la calma.", me decía a mi mismo. Ya me estaba consiguiendo calmar cuando mi corazón saltó de repente incluso haciéndome daño en el pecho. Noté que me faltaba el aire, y con razón: mi supuesto reflejo que estaba al otro lado del espejo se estaba moviendo. Sentía miedo, pero preferí (más bien intenté) mantener la calma. Y entonces ocurrió lo que yo no quería que pasara, y que además intuía que iba a pasar. Me habló:

-Hola, Javier -dijo pausadamente mientras yo respiraba alocadamente-. Ahora me vas a escuchar. Es urgente, por favor, debes prestarme atención. Algo muy malo ha pasado en tu casa. No debes entrar, o puede que las consecuencias sean desastrosas. No entres, por lo que más quieras, no entres.

Y entonces todo volvió como al principio: los botones en su sitio, y mi reflejo también. Me vi la cara descompuesta.

"Debo entrar, no puedo dejar allí mi estudio. Estás desvariando, todo ha sido tu imaginación". Así que muy estúpidamente por mi parte me moví, intentando convencerme a mí mismo de que aquello que había visto era mentira, aunque sabía que me engañaba.

Entré a mi casa en estampida, y según me iba acercando a mi despacho iba ralentizando la marcha. “Clic”, sonó el interruptor de la luz del pasillo. Todo estaba normal, hasta que entré en la habitación del ordenador. Enseguida supe que faltaba algo. Un libro, me habían quitado un libro, pero ¿cuál? Jamás lo sabré porque lo que vi tendido encima de la mesa me dejó sin aliento. El miedo me invadió y salí corriendo. No me lo pensé dos veces. Todo aquello me sonaba a broma cuando a mí mismo me dije: "Debería de haberme hecho caso". Sí, puede resultar gracioso, pero yo era incapaz de reírme. Bajé las escaleras y dormí en casa de mi madre poniendo la tonta excusa de que tenía ganas de estar con ella. Y así fue como aprendí a hacer caso de la gente, a ser más obediente.´´

Y esta era la historia. Pero no se iba a publicar así, no. En el relato que había presentado Javier el hombre le hacía caso a su sombra, y terminaba como un cuento más, con un toque de intriga.

Y entonces, ¿de dónde salía aquella historia? ¿Por qué esforzarse en escribirla para luego solo coger una parte? Por una sencilla razón: aquella “historia” le había ocurrido a Javier. Todo era cierto, y aquella noche no había dormido en su casa. Y tampoco volvería a hacerlo. De eso se enteraría la gente y cuchichearían sobre él cosas como:

-Hay que ver, teniendo esa casa, ¿para qué se va con lo difícil que es vivir en el centro?

La noticia de que se mudaba correría pronto. Pero lo que nadie sabrá jamás es que aquella historia no era la original. Nadie sabría jamás qué le había pasado. Nadie sabría jamás qué fue lo que esa tarde Javier vio en su mesa. Nadie sabría jamás que aquello le había cambiado la vida para siempre.


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