SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2010

número 3
ISSN: 1988-9607
·
Versión para imprimir de este documento Versión imprimir

COMPAÑERO DE VIAJE, COMPAÑERO DE VIDA

7:30, Barcelona a 23 de marzo de 2010

María Barrral Gil
Alumna de 2º ESO D

Otra vez más, como cada mañana, llega a mis oídos el cansino sonido del despertador. Sí, debería odiarlo, pero no lo hago. Total, ¿por qué iba a hacerlo si lo único que hace el pobre aparato es avisarme todos los días que YO quiera para que YO, y solamente YO, no llegue tarde a mi trabajo porque sino perdería mi empleo, y ni siquiera me cobra? Al fin y al cabo, lo único que quiere es ayudar, ¿no? Tranquilos, no estoy loca ni nada por el estilo, simplemente hay que ser optimista (o eso dicen), y si quiero serlo tendré que buscarme mis razones.

Poco a poco me levanto y me dirijo al cuarto de baño, y me encuentro con el espejo, lo que significa encontrarse con mi reflejo que ahora mismo parece una mezcla entre un zombi y la novia cadáver. Me lavo la cara y el resultado mejora notablemente. Ahora si que parezco yo misma, esa chica de 22 añitos recientes (y que conste que aparento mucho menos) con el pelo castaño claro que cae en unos tirabuzones (que por cierto han leventado envidias) sobre mis hombros. Mi altura la consideramos de menor interés, ¿vale? Bueno, está bien, la diré. ¡Pero que sepáis que mi metro 58 está estupendamente bien!

Me visto a prisa con una blusa blanca que hace que mi pañuelo de flores destaque sobre ella, y unos pantalones beige con unos tacones que me hacen elevarme hasta el metro 62. Me vuelvo a mirar en el espejo, y al ver mis ojeras decido que por primera vez en mucho tiempo debería echarme algo de maquillaje para disimularlas. Abro ese armarito y cojo las pinturas mientras que me rio al observar esos botes de crema llenos hasta arriba. Me rio porque esas cremas un día me las regalaron unas ilusas que pensaban que las usaría. Y la pregunta es: ¿por qué las conservo? Es una broma que tengo conmigo misma. Siempre he pensado que no me hacían falta esas cremas, entre otras cosas porque todavía no estoy envejeciendo. Las tengo ahí para dos cosas, básicamente. La primera es como una especie de reto: no las cojo, y si algún día lo hago significará que he envejecido; y la segunda es para casi lo mismo que la primera, cada vez que las veo me recuerdan que no soy una anciana ni una de esas chicas del montón que se echan todos los días millones de tipos distintos de cremas, y que sin embargo están peor que yo. Mi mejor antídoto: la risa, y quitarle importancia a los problemas estúpidos.

Tras comprobar que mis ojeras han ’’desaparecido’’ (y no es que tenga nada contra ellas, es mi jefe, que dice que hay que dar buena imagen), cojo mi maletín y bajo rápido por las escaleras para no perder mi autobús.

Cuando llego a la parada mi transporte acaba de llegar, así que pago mi billete y busco un hueco, como cada día. Otra vez, como siempre, me pongo a imaginar con quién me tocará al lado, hasta llegar a un sitio vacío, junto a un chico de unos 24 años (como mucho). ¿Qué? ¿Que por qué tanta expectación por saber quién sería mi compañero de viaje? Son tonterías mías. Veréis, mirando a una persona se puede saber mucho sobre ella, y a mí me gusta ese ’’juego’’. Siempre lo hago, me gusta, y además así pienso en algo que no sean problemas.

Observo más detenidamente al muchacho (aunque no descaradamente, por supuesto). Va vestido de chaqueta, por lo que tendrá que trabajar en algo importante, aunque creo que no aprecia ni mucho menos eso, ni su ropa de marca que le habrá costado carísima (puede que ni lo sepa). ¿Por qué? Pues porque se ve que no le ha dado mucha importancia a estas ropas. Se nota que se ha vestido a prisa, a lo mejor ni se ha percatado de que ese traje que lleva no es uno normal, sino ese especial que se reserva para días importantes o fiestas elegantes. Además lleva los dos primeros botones desabrochados (apostaría lo que fuera a que ni los había mirado mientras se los ponía).

Creo que ya sé más o menos qué tipo de persona es. Puede que no sepa coger una fregona, porque ni siquiera sabe hacerse el nudo de la corbata. Otra cosa que delata su rapidez o su desinterés por su aspecto es su pelo: totalmente desordenado. Bajo la mirada horrorizada por su aspecto desgarbado, y me fijo en algo que me hace dar por sentado mi teoría de que lleva prisa: lleva un vaso de café de máquina en la mano. Ni habrá desayunado en su casa. Definitivamente este hombre es un desastre.

Llego a mi parada, y los dos nos levantamos. Es entonces cuando me percato de su altura: puede que de metro 80, más o menos. Me compadezco de esos pobres centímetros malgastados en ese demonio. Tan sumida estoy en mis pensamientos que no me fijo en donde se encuentra el suelo cuando voy a bajarme y me caigo hacia el lado, con tan mala fortuna que me apoyo en mi tobillo de mala manera y me lo doblo. Oigo un ’’crac’’, y todo empieza a darme vueltas. De repente una voz bastante atractiva me dice:

— ¿Cómo estás? ¿Necesitas ayuda?

Y cuál es mi sorpresa cuando al volverme me encuentro con aquel demonio de pelo negro alborotado. Suspiro, y me intento calmar. Decido responderle, por lo menos es educado.

— Ee... no, no hace falta, gracias.

Pero justo voy a levantarme y noto una fuerte punzada en mi pie. Intento moverlo, y no puedo. Él me mira con una odiosa sonrisita y me dice:

— Ah.. ¿No?

Y me sujeta, mientras me dice:

— No sé si he conocido a alguien más cabezota que tú, ee...

— Natalia

— Pues eso, Natalia. Ven, precisamente un amigo me ha dejado el coche por aquí, acaban de revisarlo los de la ITV. Así que, como veo que estás ’’taaaan bien’’, te voy a llevar a un hospital, ¿vale?

Asiento, dejándome llevar por esa voz, horriblemente bonita y esos ojos oscuros en los que no me había fijado hasta el momento. Al fin y al cabo, el demonio no era tan malo, ¿no? Me conduce hasta su coche, un Wolsvagen bastante antiguo, lo que me lleva a pensar que ese traje de marca es un regalo seguro, y en el trayecto compartimos algunas palabras.

Puede que él estuviera perdiéndo su puesto de trabajo, o que yo me estuviese ganando la pelea del siglo con mi jefe, pero a ninguno de los dos nos importaba.

No fue en esa cafetería refinada, ni aquella góndola de Venecia, ni en una París de ensueño, ni en un avión que surcaba los cielos. No. Fue en una Barcelona llena de tráfico, de gente que iba y venía, de coches que no se paraban a mirar si ibas a cruzar. Pero a ninguno de los dos nos importó. Porque yo acababa de conocer a aquel demonio, ese compañero de autobús que sin saberlo se acabaría convirtiéndo en mi compañero de vida. Ese compañero al que quieres junto a cada uno de sus fallos, de sus despistes, de sus ingenuidades. Ese compañero del que jamás te quieres separar. Ese compañero que te hace sonreir. Ese compañero que realmente te quiere. Ese compañero por el que harías auténticas locuras. Ese compañero junto al que querrás estar sentado por siempre en el viaje de la vida.


Arriba
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net