LOS SUEÑOS

Jamás llegaré a comprender los sueños. Es cierto que me gustan, pero también los odio. ¿Por qué? Porque existen. Porque no sé si quieren hacerme disfrutar, o simplemente me torturan. Porque son capaces de llevarme a ese lugar de ensueño que siempre imaginé, porque me pueden hacer vivir el día más feliz del planeta, porque me pueden hacer cogerme de tu mano mientras paseamos por un parque terriblemente precioso.

Sí, deberían gustarme, sólo gustarme. Pero no puedo evitar odiarlos cuando se acaban y me llevan de ese campo de aura mágica y me dejan encerrada de nuevo en los líos de la ciudad. Cuando los goces y la felicidad se acaban y hay que volver a trabajar. Pero sobre todo cuando ese rayo de sol rompe mi querido sueño imposible para descubrir mi mano asida tontamente a la sábana, pensando que estaba sujeta a la tuya.

Y mientras ese rayo se va acercando a mi cara, se puede adivinar en mis ojos entreabiertos el brillo de una lágrima de melancolía. Una lágrima que anuncia que el final feliz de ese sueño junto a ti, no es más que el principio de otro día más.