febrero de 2012
número 4
Jacinto Mañas
Poeta
Conocí a Juan Bernier en Villa del Río. Aconteció que el gran pintor Pedro Bueno había regalado uno de sus cuadros a las monjitas de Villa del Río, su pueblo. Para dar mayor realce al acto nos reunió a Mario López, a Juan y a mí para un recital poético. Yo recité algunos poemas, uno de los cuales, titulado “Rodeado de muertos y más muertos”, llamó la atención de Juan, que me pidió que se lo regalara.
Con el tiempo fuimos muy amigos; me sentía identificado con él; nos unía un melancólico paganismo, frente a la mayor religiosidad de Mario o Ricardo Molina, tan queridos también.
Hablar de Juan es empezar y no acabar. Recuerdo cierto día visitándole en su hospedaje del Brillante; andaba preocupado porque le habían anunciado su visita ciertas autoridades y poetas para llevarle a conocer la plaza que querían dedicarle. Me dijo: Como eres médico y te conocen, cuéntales que ando disneico, arrítmico o lo que te dé la gana y nos vamos por ahí…
En efecto, se presentaron casi al instante y entendiendo la motivación, desaparecieron rápidamente. Nosotros marchamos de paseo y nos paramos en un merendero…Era primavera y Juan misterioso y silente, ensimismado como siempre me dijo con entusiasmo: ¡Mira, ese mirlo en la rama, cantando, cantando para nosotros. ¡La vida, Jacinto, la vida!
De vueltas a su refugio, nos sorprendió la asistenta diciendo que habían vuelto los visitantes y que le habían preguntado si don Juan había empeorado e ingresado en el hospital y que ella les había contestado que don Juan había salido con su amigo a pasarlo bien y que volvería tarde.
Juan comentó que les estaba bien empleado por pesados y es que Juan, aunque educado, era así: odiaba el protocolo, la humana parafernalia y lo considerado importante…Su mundo era aquel que retrató magistralmente Ricardo Molina en la Elegía XXX: Con su bufanda azul, su gabardina vieja,/
su sombrero mojado, su paraguas de seda/ a través de los campos cuando el trigo madura,/ cuando el almendro en flor es casi un árbol místico/ y los álamos cantan a la orilla del río/ Juan Bernier, misterioso y en silencio, pasea.
CODA
Recordando a aquel epicúreo, dionisíaco, insobornable e empedernido vitalista que fue Juan Bernier copio el poema que le agradó:
Rodeado de muertos y más muertosque me miran desde sus oquedades,ya no sé adonde ir ni a qué atenerme,y hasta el vientre me pesa del olivo.Y me aterra saberme en la tinieblapor el vértice tibio de mis años,rodeado de espejos que figuranel oscuro cansado de las cosas.Hoy un hombre. Mañana la dulzurade unos labios que ayer aprisionara,o el olímpico gesto del amigoque se ahorcó (Yo conozco su secreto).Porque la vida quema en las entrañascomo un ascua maligna y palpitante,porque la vida cansa y hay momentosen que la ira juega con los niños.Pero un día, quizás cuando el silenciosea compacto y callado como nuncay el viento aplauda en los cañaverales,¿qué frío aventará o qué destemplanza?¿Será un tránsito nuevo, inacabado,con los brazos abiertos a los puntoscardinales de todas las promesas?¿Será la vida misma que comienza?¡Ay, mis muchachas de la piel blanquísima,mis compañeros del ambiguo estío!¿Por qué esta adolescencia de la muerte?,¿por qué esta senda oscura, inapelable?
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |