CUBO

A primera vista no parecía el mejor de los regalos y desde luego, no era el más grande. Este año sólo había pedido una raqueta de tenis, pero estaba claro que en aquella caja, en forma de pequeño cubo, no podía guardarse toda una raqueta, como mucho una pelota de tenis. Fue el último regalo que abrió la mañana de Reyes.

La forma de la caja era un cubo y lo que había dentro también. Ya había visto ese juguete antes, aunque nunca le habían entrado ganas de tener uno. Siempre pensó que había cosas más interesantes que hacer, que mover cuadraditos de colores de arraiba abajo, de izquierda a derecha; además, ¿qué se podía hacer cuando ya lo hubiera resuelto?, ¿empezar de nuevo?

Lo peor del regalo es que no traía un libro de instrucciones para poder completar el mosaico en pocos minutos, así que se pasó todo el día subiendo y bajando colores, moviendo de un lado a otro los cuadraditos. Pero no había manera, como mucho consiguió completar una sola cara y cuando se atrevía con otra, la que ya tenía hecha se deshacía.

Estuvo días y días intentándolo, llamó a sus amigos para averiguar la manera de poner en orden una línea detrás de otra y algunas noches incluso soñaba con los cuadraditos de colores. Sus padres le dijeron que se iba a volver sonámbulo si seguía acostándose con el cubo en las manos.

Pero un día sucedió. Sin saber cómo había ocurrido, al levantarse por la mañana para ir a clase, se dio cuenta de que el cubo estaba perfectamente ordenado en su habitación. Quizá era verdad que se había vuelto sonámbulo y de tanto pensar en los colores y en las caras del cubo se había levantado por la noche y lo había completado.

Decidió no volver a tocarlo por si no era capaz de completarlo de nuevo y aunque jamás averiguó cómo lo había hecho, la verdad es que el cubo estaba perfecto y estaba allí.