SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


junio de 2015

número 5
ISSN: 1988-9607
·
Versión para imprimir de este documento Versión imprimir
Cuento de Navidad

ERA NOCHEBUENA

Mª Ángeles Lozano Molina

Alumna de 3º ESO D

Por fin, cuando estaba anocheciendo y apenas quedaba ya luz en el camino que le permitiese ver dónde pisaba, llegó a casa. Era un frío día de invierno, con nubes negras que cubrían todo el cielo impidiendo el paso de los, en esa época, tímidos rayos de sol. La lluvia estaba cayendo con fuerza, el viento, silbando de vez en cuando, el frío tan intenso como acostumbraba, apaciguando y ocultando casi toda vida.

Antes de que pudiese cerrar la puerta, el viento la empujó con fuerza, impidiendo entrar otra ráfaga de viento que parecía también querer refugiarse allí, en ese cálido hogar. Se quitó la ropa empapada. Con suerte, aún quedaban ascuas en su gran chimenea de piedra, que pudo volver a encenderse, y el salón de estar, junto a la comida que colgaba sobre el fuego, comenzó a calentarse.

Se sentó frente a la chimenea. Le dolían las piernas de haber andado hasta el pueblo buscando a su perro, pero era un dolor soportable. A menudo soñaba con un mundo en el que todo dolor fuese fácil de curar.

Pero, a pesar de todo, se sentía afortunado; sentía que era feliz, que no necesitaba nada más, que no estaba solo. Le gustaba escuchar la tormenta, esas gotas que caían todas a la vez y esos truenos ruidosos que asustaban a cualquiera. Le gustaba escuchar la brisa del viento, recordar el frío cuando iba por el camino, y ahora sentirse protegido de ello.

Ojalá todo en su vida hubiese estado tan protegido. A veces se arrepentía de no haber guardado cosas demasiado valiosas como para ofrecerlas.

La comida ya estaba hecha, pero estaba tan cansado de haber andado tanto, que se le había quitado el apetito. Se cayó una bola de cristal del árbol de Navidad. Por suerte no se rompió y empezó a rodar hasta que llegó a topar con sus pies. Cogió la bola y la miró detenidamente, pensó que verdaderamente no era feliz, que necesitaba algo más, que aunque no estuviese solo, no se sentía afortunado; que aunque tuviese un árbol con adornos, no había espíritu navideño.

Con la calidez del ambiente, el sueño lo venció. Y soñó, pues para él era vivir otra vida, más feliz, menos solo, más afortunado. Le despertaron unos golpecitos en la puerta, vio que ya era por la mañana, ya era Navidad, el fuego ya no era nada más que cenizas. Seguía teniendo esa bola roja de cristal entre sus manos, que le recordó al árbol. Al mirar debajo del abeto desde su sillón vio que no había ningún regalo, como cada año. Seguía oyendo esos golpecitos y arañazos en la puerta, colocó el adorno en el árbol y fue a abrir.

Era su perro que apareció sediento, empapado y cansado. Se veía que tenía hambre. Al mirar al exterior, vio que todo estaba lleno de nieve. Era un bonito paisaje, no pudo evitar sonreír, a pesar de lo triste que estaba al recordar todo lo que pensó al ver la bola y comparar toda su vida con el sueño que tuvo; pensó que su vida algún día sería así. Su perro volvió dándole lametazos, avisándole como siempre para que le diese de comer. Él oyó un rugido que venía de sus tripas, ¡vaya!, él también tenía hambre. Porque es que los sueños, aunque alimenten el espíritu, no llenaban los estómagos.


Arriba
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net