SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


junio de 2018

Número 6
ISSN: 1988-9607
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PABLO GARCÍA BAENA EN EL RECUERDO

Por Felipe Muriel Durán, profesor de Lengua y Literatura

Él como sus compañeros de Cántico recupera para la poesía española una escritura basada en la memoria sensitiva. La poesía de Pablo es una constante apelación a los sentidos y, en particular, a la vista. Decía Luis Cernuda que mirada y palabra hacen al poeta. Las estampas infantiles, las láminas de Historia Sagrada, la liturgia católica, la naturaleza, el cine, Córdoba, constituyen el imaginario del que se nutren sus poemas.
Pablo en la lectura de Luis A. de Villena en noviembre de 2015
Recordemos uno de sus poemas más celebrados, «Palacio del Cinematógrafo», publicado en el número 36 de la revista Caracola, en julio de 1955 y posteriormente incluido en Óleo (1958). El mágico juego de luces y sombras, de sueños y realidad que cautivaron a los escritores de principios del siglo XX (Alberti, Salinas) atrae a García Baena, que adelantará en más de veinte años su tratamiento por parte de los novísimos.

El poema «Palacio del cinematógrafo» presenta una apertura y cierre simétricos. La escueta nota Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero… sugiere una urgente cita amorosa con un «tú» del que desconocemos el nombre. Ese misterioso «tú» es una criatura en la que confluyen lo real y lo quimérico. Surge del sueño triste de mis ojos y de la pantalla de cine: A través del oscuro bosque de ilusionismo/ llegarás, si traído por el haz nigromántico. El personaje alimenta ese secreto amor con el fin de paliar la soledad y de evadirse del opresivo ambiente social de la época.

Desde los deliciosos cuadernos manuscritos de principios de los cuarenta hasta los últimos poemas de Los Campos Elíseos (2006) ha concebido la creación como rapto. Él insiste en que la inspiración regala la primera palabra; luego viene el trabajo paciente y sin prisas como el de un orfebre hasta lograr la forma exacta.

Sus primeros poemas evocan el edén perdido de la infancia. La infancia se representa como el amanecer en un modesto paraíso infantil. Como en «Antiguo muchacho», «El Corpus», «El puesto de leche» y «Bajo la dulce lámpara», en «La Calle de Armas» se muestra la mirada virginal del niño, su asombro ante un mundo cotidiano con mañanas de mercado, festividades litúrgicas y viejos oficios tradicionales. La anécdota, el dato trivial, transfigurado por el poder sugeridor de las imágenes, asimila el procedimiento embellecedor de los objetos humildes del su admirado Luis de Góngora.

La identificación con la máxima becqueriana «Cuando siento, no escribo» hace que la suya sea una poesía de la memoria: canta lo ausente, lo perdido.

Pablo García Baena junto al autor de este artículo y las autoridades educativas provinciales en la exposición sobre Ricardo Molina.


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