SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2010

número 3
ISSN: 1988-9607
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INSTRUCCIONES PARA MATAR HORMIGAS EN PARÍS

Nieves Marín Cobos
Alumna de 2º de Bachillerato

Mientras los incrédulos y los opuestos se adueñan de las calles iluminados por De Gaulle. Mientras los obreros te abandonan para firmar acuerdos. Mientras el abuelo de la II Guerra Mundial gana abrumadoramente las elecciones. Y se restablece la normalidad. Y las hormigas se te han escurrido entre los puños como arena de playa, despacio, en la vorágine.

O bien quédate con el recuerdo de no querer ser nunca como las hormigas que tanto deseas matar en un intento de aniquilar a la gran hormiga que se instaló en tu garganta. Con el eco de las palabras de esos que afirman que todos los que estuvieron allí y todos los que desearon estar allí han acabado siendo los mismos burgueses que criticaban; que han acabado trabajando en oficinas alienantes por un sueldo alienante que le permita mantener a una familia alienante; por mucho que algunos se escuden en jerseys pasados de moda o barbas calculadamente rebeldes. Dicen también que aquello resultó de un complejo cúmulo de circunstancias y que la ideología del movimiento nunca fue uniforme. Que todo fue una pérdida de tiempo.

Algunos dirigentes reniegan de su imprudencia juvenil o se han vuelto prácticos e invisibles. Otros matizan y te duele en lo más profundo del estómago. Los adoquines y las huellas de la revolución fueron borrados por el cemento jerárquico. Las librerías dejaron paso a las tiendas de lujo y las multinacionales de comida rápida. La única playa que existe en París es artificial y la construyen junto al Sena.

No abras los ojos o te explotarán en ríos de desechos industriales.

No abras los ojos o te verás condenado a pensar que aquello no fue más que un sueño en blanco y negro, entre la bruma decadente de los cafés parisinos.

Porque no fue un sueño. Porque valió la pena tanto vivirlo como querer vivirlo, como imaginar haberlo vivido. Porque fue la bomba de relojería provocada por el autoritarismo y la tradición más recalcitrante y obsoleta. Porque dejó una impronta contestataria, un sentimiento de sospecha. Porque ahora se lucha por el carril bici y el derecho del matrimonio homosexual. Porque los estudiantes salen a la calle por motivos más prosaicos, sí, pero salen.

Porque mostró al mundo el poder de los ideales. No un poder inmediato y evidente, sino un poder individual y a la vez colectivo, un poder que acaba por engrasar mecanismos oxidados si se cree de verdad en ellos.

Abre los ojos, poco a poco, con la certeza de no dejarte desanimar porque ese año naciera Carla Bruni. O porque el consumismo nos invada cada Navidad y, no quedándose contento, se invente el amor el 14 de febrero bajo la Torre Eiffel. O porque el Ché haya sido reducido a un icono comercial que estampar en camisetas y carteles y banderas apátridas y pañuelos para calvos quemados por el sol.

Piensa que quedan jóvenes que aún se emocionan al saber que la poesía es un arma cargada de futuro.

No olvides que siempre te quedará Françoise Hardy.


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