SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


febrero de 2012

número 4
ISSN: 1988-9607
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EL CANON LITERARIO DE ANTONIO VARO

Antonio Varo Pineda
Profesor de Lengua Castellana y Literatura

Voy a terminar esta selección con un poema de Antonio Colinas. Es un poeta nacido en la provincia de León y que, por cierto, pasó en Córdoba algunos años de su época de estu-diante. Aunque cursó unos estudios tan poco «poéticos», teóricamente al menos, como los de Ingeniería Industrial, siempre ha sido escritor, fundamentalmente poeta y ensayista. Como poeta –y habla otra vez mi valoración personal y subjetiva− es una de las voces más hermosas de la poesía contemporánea en español, y es todo un clásico. Es, además, el único autor vivo de los que he puesto en mi selección (y que siga vivo muchos años).
El poema que he elegido pertenece a su poemario Libro de la mansedumbre, y está lleno de emoción. El autor evoca en forma narrativa la llegada a su casa del mal, personalizado en forma de un invitado que no describe. El poeta lo recibe con toda su hospitalidad, le ofrece el mejor sillón de la casa y se dispone a servirle un vino exquisito; pero conforme el anfitrión aumenta su delicadeza y su cariño, el mal se va difuminando hasta desaparecer completamente: el bien, el amor con que el poeta lo recibe, ha terminado con el «enemigo». Toda una lección no sólo de poesía, sino de ética: al mal no hay que responderle con el mal, sino con el bien, éste es el único enemigo capaz de derrotarlo. Y como en todos los poemas de Colinas, el poema transpira pureza, transparencia, armonía y serenidad: por eso el poeta leonés es todo un clásico que sigue y actualiza, dos mil años después, la senda que en su tiempo abrió el viejo Horacio (65 a.J.C-8 a.J.C.). Por cierto, dudo mucho que Horacio sea «viejo»: la belleza de su poesía y su filosofía de la vida son aún una lección para la humanidad. Y aquí está el poema de Colinas:

Hoy hemos recibido la visita del mal,
pero hemos decidido acogerlo
como a huésped fecundo.
Llegó el mal de repente, como cepo o veneno,
y le hemos abierto
de par en par la puerta de la casa.
Como siempre, el mal
viene ciego, desnudo, sin razón,
y aunque perros y gatos han salido huyendo,
conservamos la calma plenamente
y lo hemos conducido hasta el jardín.
Allí, el dulce día, el sol tan fuerte,
abrasaban las llagas y pesares,
resecaban la sangre en las heridas,
borraban el espeso hedor del aire.
Nos ha llegado el mal como un cuchillo airado
en sótanos de sombra,
mas casa y corazón están abiertos.
Una vez más tuvimos que poner
amor donde el amor no se encontraba.
Y no hay mordaza, dardo, aguja, hiel,
que no pueda fundir la hoguera musical
que, de monte a monte, hoy propaga el otoño.
He entrado unos momentos en la casa
para sacarle el pan y la bebida
al huésped iracundo.
Quise alegrarle el corazón, poner
un poco de calor en su cara de hielo.
Con sosegada paz volví al jardín
para abrazar el mal, pero no pude,
pues lo encontré caído y moribundo
de luz y de silencio entre la hierba.
Hoy hemos recibido la visita del mal,
mas pronto hemos tenido que enterrarlo
debajo del naranjo y de su aroma,
donde zumban las abejas.
A solas nos tuvimos que beber
el vino que sacamos para el huésped,
del dulce vino del más hondo olvido.

No sé, amigo lector, si mi selección poética te ha gustado. Si, al menos uno de estos poemas o uno de estos versos te ha hecho sentir por dentro alguna sensación que te haya resultado emocionante, habré cumplido mi objetivo. Y, sobre todo, recuerda una cosa, como alumno que eres del instituto; recuerda con frecuencia esta frase de nuestro epónimo Séneca: «Non scholae sed vitae discimus» («Enseñamos para la vida, no para la escuela»). No estás en el instituto para quedarte, sino para prepararte a la vida.

Córdoba, 2 de febrero de 2011


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