SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


junio de 2018

Número 6
ISSN: 1988-9607
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ENTREVISTA A FELISA NAVARRETE

Por Sara Jiménez Pedrera (3ºESO-A)

La entrevista de hoy se la haremos a doña Felisa Navarrete, para conocer la vida de una persona de ochenta años que se ha ido adaptando al cambio del s.XX, en el que se bañaba en un barreño en el patio de casa, al s.XXI, en el que utiliza un teléfono móvil. Ella representa a toda una generación de abuelos que han hecho que nuestra vida sea mucho mejor.

- ¿Volvisteis al pueblo con tu madre en algún momento?

Hay un día que nunca olvidaré.

Mi tío nos llevó a mis hermanas, mis primas y a mí a una zapatería por un par de zapatos para cada una, a la vuelta, nos pidió que fuésemos buenas, nos dio un beso a cada una y alegó que no iba a entrar en casa, que le dijésemos a mi tía que se marchaba.
Cuando ella se enteró, buscó un empleo y nos dijo que solo podía cuidar de una de nosotras, pues ya tenía tres hijas de las que ocuparse, pero nosotras decidimos que éramos o todas o ninguna, que no nos queríamos separar, así que la policía nacional se encargó de llevarnos de vuelta hasta Córdoba.

Allí os reunimos con mi madre y mi hermana después de casi tres años sin verlas, el volver a abrazarla fue un sentimiento inexplicable, pero mayor fue el río de lágrimas cuando poco después el capellán de la cárcel de Córdoba le dio un permiso a mi padre para que pudiésemos visitarlo, y lo abrazamos y llorábamos y nos agarrábamos a sus piernas y el lloraba con nosotras, habiéndonos extrañado tanto, y sin poder volver a ver a su hija más pequeña, la cual había muerto a los dos años, antes siquiera que mi tío hubiese venido por nosotras.
Un curso después una de mis hermanas se marchó con otros tíos, y a dos de mis hermanas y a mí nos metieron en un internado.

-¿Cual fue tu experiencia en ese internado?

Bastante mala. Estábamos en un internado católico y siempre nos levantaban muy temprano para rezar, la comida era mala y escasa, ya que estábamos en el tiempo de la hambruna, y algunas de las monjas eran terribles.
Si hacías algo mal, Sor Fuensanta estaría allí para pegarte un pellizco; si no te comías lo poco que te ponían, te castigarían como a mi hermana metiéndote en el palomar; algunas niñas se orinaban en la cama pues tenían esa enfermedad y no podían evitarlo, pero las monjas las paseaban por alrededor con las sábanas colgadas para que el resto se riesen de ellas, era como una dictadura.

Recuerdo a una chica huérfana que era muy traviesa y siempre estaba castigada, pero como me daba lástima que en las vacaciones se quedase allí sola, siempre que volvía le traía un paquete de chucherías y las monjas me regañaban por ser demasiado buena.

-¿Qué es lo que más recuerdas y lo que más admiras de tu padre?

El día que a él le dio una trombosis nos quedamos hablando hasta ya entrada la madrugada, y él decía que lo único que quería es que me quedara claro que si el había estado en la cárcel, no era ni por ladrón ni por criminal, sino por defender unos ideales de los que ahora se había desengañado, pero que ahora arreglaríamos la casa y comenzaríamos una nueva vida mejor. Justo el día después recibimos la llamada de que había sufrido una embolia y lo trasladaron al hospital en el que murió siete días después. Recuerdo hablarle y ver como las lágrimas salían de sus ojos, pero era incapaz de responderme.

Y lo que más admiro es que siempre ha sido una buenísima persona con un corazón de oro, una persona que volvía a casa sin su americana por habérsela dado a un mendigo que había encontrado vestido con harapos en la calle y que invitaba a comer a los carreros que pasaban por casa, a pesar del disgusto que se llevaba mi hermana cada vez que lo hacía.


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